El fraile que cuida el Huerto de los Olivos
Margarita Díaz Rubio
27/11/2009
¿Uno? No es así: En el estado de Israel hay 221 sacerdotes franciscanos que desde 1202 resguardan los lugares santos. Fue algo de lo que me enteré cuando tuve la oportunidad de entrevistar al hermano que cuida y mantiene con esmero el Huerto de los Olivos y la iglesia de Getsemaní en Jerusalén.
El hombre, de 83 años, nació en Sevilla y conserva la simpatía propia de los de esa región. Cuando le dije que era muy guapo y que ya me imaginaba cómo sería de joven me miró a los ojos con esa picardía de los del sur de España y me tomó de la mano en señal de agradecimiento.
El hermano franciscano, de altura media, tez blanca, manos expresivas y ojos inquisidores, es muy reconocido en Jerusalén por su bionomía, trabajo y dedicación a la Iglesia Católica y al lugar que la orden le ha puesto, que es la custodia de uno de los más importantes lugares sagrados que hay en Israel.
No quería la entrevista... ¡esos periodista latosos! El día anterior nos había criticado por una melodía que entonamos en la Hora Santa que tuvimos en el altar que se encuentra detrás de la roca donde el Señor le pidió a su Padre fuerzas para soportar la agonía. ¡Es horrible. Es repetitiva y de plano no me gusta! Comprendí que esa era una costumbre: quejarse de manera irónica y jocosa de las situaciones por las que pasaba cada día y así poder sobrellevar la carga que tiene sobre los hombros.
Lo convencí. Le dije mi nombre y me invitó a sentarme en un pequeño sofá que se encuentra en la sacristía, por donde tienes que pasar al estar cerrada la puerta principal del templo que, en el día, está abigarrado de peregrinos.
Eran las siete de una noche agradable y fresca, y la charla surgió llena de anécdotas y, de vez en cuando, de una carcajada espontánea.
Padre, ¿y esa tos? Margarita, algo hay que tener en esta edad. Fui con el médico y me hizo todo tipo de preguntas y de chequeos y me mandó de regreso a este lugar diciéndome que todo era simple vejez. Y que no me daría nada. Tengo ya 83 años y ¿no le parece que soy un roble? La verdad que de no ser por esta pequeña molestia no tendría ningún problema.
He estado en su país y me encanta México. Tengo amigos historiadores y a mí me hubiera gustado tener esa disciplina, pero fue imposible, pues el sacerdocio me exigió mucho y no tenía tiempo más que para hacer mi labor de la mejor manera posible.
¿Qué me puede decir de usted y el sacerdocio? Me llamo Rafael Dorado. Estuve en el convento de Cipriano, que se encuentra en la costa del Atlántico, en un lugar donde íbamos a veranear los jóvenes y donde me pescaron a los 17 años. Allá hice mi noviciado que terminó a los ocho años. Es un lugar muy bonito donde está la Virgen que le dicen de Nuestra Señora de la Regla. Recuerde usted cómo nos gusta a los españoles eso de las Vírgenes.— (Continuará)
El hombre, de 83 años, nació en Sevilla y conserva la simpatía propia de los de esa región. Cuando le dije que era muy guapo y que ya me imaginaba cómo sería de joven me miró a los ojos con esa picardía de los del sur de España y me tomó de la mano en señal de agradecimiento.
El hermano franciscano, de altura media, tez blanca, manos expresivas y ojos inquisidores, es muy reconocido en Jerusalén por su bionomía, trabajo y dedicación a la Iglesia Católica y al lugar que la orden le ha puesto, que es la custodia de uno de los más importantes lugares sagrados que hay en Israel.
No quería la entrevista... ¡esos periodista latosos! El día anterior nos había criticado por una melodía que entonamos en la Hora Santa que tuvimos en el altar que se encuentra detrás de la roca donde el Señor le pidió a su Padre fuerzas para soportar la agonía. ¡Es horrible. Es repetitiva y de plano no me gusta! Comprendí que esa era una costumbre: quejarse de manera irónica y jocosa de las situaciones por las que pasaba cada día y así poder sobrellevar la carga que tiene sobre los hombros.
Lo convencí. Le dije mi nombre y me invitó a sentarme en un pequeño sofá que se encuentra en la sacristía, por donde tienes que pasar al estar cerrada la puerta principal del templo que, en el día, está abigarrado de peregrinos.
Eran las siete de una noche agradable y fresca, y la charla surgió llena de anécdotas y, de vez en cuando, de una carcajada espontánea.
Padre, ¿y esa tos? Margarita, algo hay que tener en esta edad. Fui con el médico y me hizo todo tipo de preguntas y de chequeos y me mandó de regreso a este lugar diciéndome que todo era simple vejez. Y que no me daría nada. Tengo ya 83 años y ¿no le parece que soy un roble? La verdad que de no ser por esta pequeña molestia no tendría ningún problema.
He estado en su país y me encanta México. Tengo amigos historiadores y a mí me hubiera gustado tener esa disciplina, pero fue imposible, pues el sacerdocio me exigió mucho y no tenía tiempo más que para hacer mi labor de la mejor manera posible.
¿Qué me puede decir de usted y el sacerdocio? Me llamo Rafael Dorado. Estuve en el convento de Cipriano, que se encuentra en la costa del Atlántico, en un lugar donde íbamos a veranear los jóvenes y donde me pescaron a los 17 años. Allá hice mi noviciado que terminó a los ocho años. Es un lugar muy bonito donde está la Virgen que le dicen de Nuestra Señora de la Regla. Recuerde usted cómo nos gusta a los españoles eso de las Vírgenes.— (Continuará)
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